La historia de por qué nos gusta el césped

Las modas aparecen y se desvanecen en una interminable sucesión que, a ojos inexpertos, carece de explicación. Nuestros gustos parecen fruto del azar, un capricho de la condición humana.

Pero nada más lejos de la realidad. Por ejemplo, apuesto a que ver una zona de césped te resulta agradable. Incluso que te gustaría tener una casa cuya entrada estuviese engalanada con una espesa y verde capa de césped. Si así es, no es nada raro: la mayor parte de la población es como tú.

Si te preguntase por qué te gusta el césped, seguramente responderías que porque el césped es bonito, o que te gusta tener la naturaleza cerca. Pero en realidad, hay toda una historia detrás de este gusto por el césped, tal y como nos explica Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus.

El origen del césped

Nuestros antepasados, los hombres cazadores-recolectores, no cultivaban césped en la entrada de sus cuevas para dar la bienvenida a sus visitas. Tampoco había césped en la Acrópolis ateniense, el Capitolio romano, el templo judío de Jerusalén o la Ciudad Prohibida de Pekín. Nuestro gusto por las zonas verdes en las entradas de las viviendas no viene con nosotros desde nuestro orígenes, sino que nació en los castillos de la aristocracia francesa e inglesa de la Alta Edad Media.

 

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Mantener un césped verde, uniforme y libre de malas hierbas requiere un esfuerzo importante, especialmente antes de que apareciesen los cortacéspedes motorizados y los sistemas de riego automático. A cambio de ese esfuerzo, el césped produce… ¿nada?. Ni siquiera sirve para alimentar rebaños de animales ya que éstos lo estropearían con sus pisadas. Imaginad por lo tanto el efecto que el césped producía en los campesinos de la Alta Edad Media que pasaban frente a un castillo. El césped era un símbolo de estatus y riqueza. Poseer grandes extensiones de improductivo césped , con todo el cuidado que requería, era una forma de proclamar a los cuatro vientos el mensaje “soy tan rico y poderoso que puedo permitirme la extravagancia de mantener la entrada de mi castillo de un verde inmaculado sin ninguna otra finalidad”.

Cuanto mayor era la extensión de césped, mayor era el poder del propietario. Y en sentido contrario, cuando veías un césped que se deterioraba, podías estar seguro de que el dueño se encontraba en problemas.

Adopción del césped en la Edad Moderna

Cuando en la Edad Moderna la nobleza perdió su poder, los nuevos primeros ministros y presidentes de gobierno responsables de dirigir la sociedad mantuvieron las zonas de césped en los edificios oficiales: parlamentos, cortes supremas, residencias presidenciales… Era una forma de señalizar dónde residía el poder ahora y el respeto que merecían esas instituciones. Posteriormente, el césped conquistó el mundo de los deportes. Históricamente las actividades deportivas se habían realizado en todo tipo de superficies, principalmente sobre tierra, pero en los últimos 200 años los deportes realmente importantes – como el fútbol, el baseball o el tenis – se juegan sobre césped. Eso sí, sólo si tienes dinero para permitírtelo. Las jóvenes promesas brasileñas del fútbol siguen jugando sobre cualquier superficie mientras que los hijos de las familias pudientes se ejercitan sobre verdes acolchados de hierba.

A consecuencia de todo este proceso, las personas hemos ido identificando el césped con poder político, estatus social y bienestar económico. No es de extrañar que la burguesía del siglo XIX adoptase con entusiasmo el césped para sus residencias. Al principio, sólo la gente realmente acomodada podía afrontar el cuidado de un césped. Pero con la llegada de la revolución industrial, y con ella los cortadores de césped y sistemas de riego automático, el césped se puso al alcance de millones de familias de clase media. De esta forma, en las urbanizaciones americanas el césped pasó de ser un lujo de la clase alta a una necesidad de la clase media.

 

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La adopción de este elemento por parte de la clase media dio a luz un nuevo ritual propio de las zonas residenciales americanas: los domingos, después de asistir a misa, era el momento en que miles de personas se dedicaban a cuidar su césped. Tal y como había pasado en la edad media, podías medir el estatus de una familia por la extensión y el cuidado de su césped. Y de nuevo, si observabas un césped mal cuidado, podías estar seguro de que en esa familia había algún problema. Actualmente, el césped es la semilla más cultivada en USA sólo por detrás del trigo y el maíz. La industria del cuidado del césped mueve miles de millones de dólares anualmente.

La pasión por el césped no se quedó en USA y Europa. Con la llegada de los medios de comunicación, una persona en cualquier lugar del planeta podía ver al presidente de los Estados Unidos dar un discurso en el césped de su residencia, ver partidos de fútbol jugados sobre césped, o ver como Homer y Bart Simpson discuten sobre quién debe segar el césped. El césped avanzó de esta forma como símbolo de estatus, poder y riqueza fuera de la cultura occidental, de manera que hoy en día es posible encontrar césped incluso en zonas desérticas de Qatar, como el museo de Arte Islámico, cuyo edificio está flanqueado por más de 100.000 metros cuadrados de resplandeciente hierba.

¿Para qué sirve estudiar nuestro pasado?

Habiendo leído esto, seguramente te replantearás tu respuesta de “me gusta el césped porque es bonito”. Y tal y como sugiere Harari en su obra, te lo pensarás dos veces antes de poner un césped si tienes oportunidad de hacerlo al adquirir una casa. Evidentemente serás libre de hacerlo, pero sabrás que estás cargando con la herencia de nobles y poderosos europeos que querían impresionar a los campesinos de la zona. Quizá optarás por otro tipo de jardín, tal vez un jardín de piedra estilo japonés.

Según Harari, ésta es justamente la misión del estudio de la historia humana: no es predecir el futuro, sino liberarnos del pasado y darnos la opción de elegir destinos alternativos.

 

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