En nuestro último post dedicado a productos de leyenda hablábamos de “Tiburón”, una película que cambió la historia del cine. Hoy vamos a hablar de un Tiburón muy diferente.
El automóvil
Cuando hablamos del gran salto dado por la humanidad en el siglo XX gracias al desarrollo tecnológico, es habitual destacar el impacto de innovaciones como la radio, la televisión, la telefonía o Internet. Es cierto, las telecomunicaciones han transformado nuestra sociedad de manera profunda y posiblemente incomparable. Sin embargo, si nos hubiésemos planteado esta cuestión hace apenas 20 años, seguramente el automóvil habría sido uno de los avances más mencionados.
Pensemos en el impacto de este curioso producto que nos permite movernos a grandes distancias de forma autónoma y con total libertad. Hasta la aparición del mismo, el día a día del ser humano se limitaba a un entorno de unas pocas decenas de kilómetros. Sólo las élites se permitían los grandes desplazamientos, costosos y complejos, basados en el ferrocarril y el transporte marítimo, completado con vehículos de tracción animal para la última milla.
Transformar el tradicional carruaje en un artilugio mecanizado con propulsión autónoma fue el inicio de la auténtica globalización.
Automóviles de leyenda
Sin embargo, una cosa es la invención del automóvil y otra muy diferente su transformación en un producto. Hace mucho que el automóvil pasó de ser un medio de transporte a un auténtico símbolo de estatus, posición social y estilo de vida. Es la segunda compra más relevante de un hogar (por detrás de la vivienda); en la decisión de qué automóvil elegimos debemos combinar el sentido práctico con la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos.
En este largo camino que nos ha llevado desde el invento atribuido a Nicolas-Joseph Cugnot en el siglo XVIII hasta los últimos coches eléctricos, varios modelos de automóvil han marcado grandes saltos cualitativos que los hacen merecedores de ser catalogados como productos de leyenda.
Hay una forma muy simple de saber si un automóvil es realmente legendario. Observa las siguientes figuras.
Aunque estés muy poco interesado en el mundo del automóvil, probablemente has reconocido alguno de ellos. Si te gustan los coches, habrás identificado todos.
Cada uno de los automóviles anteriores han marcado una época; por diferentes razones y para diferentes tipos de consumidores. El Ford T (1) fue sin duda el modelo de mayor impacto de todos, el primer coche producido en serie. Una idea genial de Henry Ford en 1908: producir en serie un automóvil sencillo para abaratar costes y lograr que los propios empleados pudiesen comprar el coche que producían como mecanismo para adquirir escala … el auténtico inventor de la producción en serie.
El resto de automóviles icónicos tienen su propia historia: el Mini (2), el VW Beettle (3), el Porsche 911 (5) o el Fiat 500 (6). Pero este post se va a centrar en el Citroën DS (4), también conocido como Tiburón.
El nacimiento del Tiburón
Corría el año 1955. El salón del automóvil de París, el congreso de la industria más prestigioso (entonces y ahora) se celebraba el 5 de octubre. Citroën era el centro de atención debido al anuncio de la presentación de un coche destinado a cambiar las reglas del juego. El Citroën DS era el resultado de 18 años de desarrollo en secreto, un tiempo de desarrollo muy lejano de los actuales ciclos de maduración de productos.
El asombro que produjo la estampa del Citroën DS en medio del stand de la marca francesa es difícil de imaginar. Si quieres tratar de ponerte en la piel del visitante de aquella feria del automóvil de 1955, compara el aspecto del Citroën DS con el modelo al cual reemplazaba, el Citroën 11 Ligero.
No hace falta decir mucho más. Es casi como comparar una cabina de teléfono con un iPhone. A los ojos de los visitantes la nueva obra de Citroën era casi una nave espacial. Pero, ¿qué es lo que hacía al Citroën DS tan especial?
Una obra de ingeniería con aspecto de obra de arte
El Citroën DS capturaba la atención en primer lugar por su aspecto, no en vano las letras DS en francés se pronuncian como “Deseé”, deseo. Su figura estilizada y sus faros rasgados pronto le valieron el apelativo de “Tiburón”. Efectivamente, era un automóvil extremadamente aerodinámico para los estándares de la época, algo que le permitía mejores prestaciones y menor consumo.
Pero no sólo era aerodinámico y futurista. Era tremendamente bello. Quizá debido a que su diseño era obra de un escultor y diseñador industrial italiano, Flaminio Bertoni, el cual, junto a André Lefèbvre, brillaron en la difícil tarea de aunar forma y Roland Barthers función armónicamente. El diseño del DS se convirtió pronto en un emblema de toda Francia. El filósofo llegó a decir en un ensayo dedicado al coche que el DS parecía “caído del cielo”. Los publicistas de Citroën usaron esta idea para crear su slogan: “Algo lleva a las personas especiales a conducir un coche especial”.
Pero, aunque parezca difícil, lo mejor estaba en el interior. El Tiburón estaba repleto de soluciones de ingeniería revolucionarias. Soluciones claramente orientadas al servicio del consumidor, con un impacto en el placer de conducción y en la seguridad.
De entre todas ellas, seguramente destaca la revolucionaria suspensión hidroneumática ideada por Paul Magès, un sistema vigente hoy en día, que permitía al Triburón auto nivelarse y variar su distancia respecto al suelo. Esta innovación ofrecía unos niveles de confort desconocidos hasta la época incluso en carreteras irregulares propias de la Francia de postguerra. Aún recuerdo en mi infancia grupos de niños rodeando un Citroën en el momento de elevarse de forma casi mágica cuando su dueño giraba la llave de contacto. Sin duda, el Citroën era el rey de la fiesta allá donde iba.
Cuenta la leyenda que Paul Magès estuvo a punto de ser despedido por utilizar maquinaria y material de la empresa para inventos que nadie le había pedido. Inventos que resultaron en aquella suspensión símbolo de la ingeniería francesa durante muchos años.
Sin embargo la suspensión no era la única innovación del Tiburón: dirección asistida hidráulica, cambio de marchas semiautomático (se requería usar el cambio de marchas pero sin necesidad de usar un pedal de embrague), techo de fibra de vidrio para lograr bajar el centro de gravedad del vehículo, frenos delanteros interiores y suspensiones independientes. Los pasajeros describían la sensación de ir a bordo de un DS como ir en una alfombra voladora.
No todo era perfecto
No todo en el Citroën era perfecto. Los motores escogidos por la marca francesa no destacaron por tener el nivel de refinamiento del resto del vehículo, en parte por las restricciones fiscales sobre cilindrada impuestas en la Francia de los años 50, en parte por haber agotado el presupuesto de desarrollo en el resto de avances tecnológicos.
Por otra parte, el automóvil era tan sofisticado y complejo que las primeras unidades comercializadas dieron innumerables quebraderos de cabeza a sus propietarios.
Sin embargo, era tal el magnetismo que el Citroën DS producía que los compradores seguían deseando aquel Tiburón.
Algunos datos de su éxito
El Tiburón estuvo en producción desde 1955 hasta 1975, un total de 1,5 millones de unidades producidas, pese a ser un coche caro de segmento alto. Su historial de ventas es impresionante, empezando por los 12.000 pedidos que recibieron el día de su presentación en el Salón de París. Su pico de producción se produjo en 1970, 15 años después de su lanzamiento.
Su impacto en la marca fue tal que Citroën no se atrevió a lanzar ningún otro modelo completamente nuevo desde su lanzamiento hasta 1970, por temor a no alcanzar los estándares del mítico DS. Una marca esclavizada por el éxito de un producto.
El Citroën DS obtuvo la tercera posición en el certamen de “Automóvil del siglo” celebrado en 1999, por detrás del VW Beettle y el Mini, pese a que sus cifras de ventas apenas alcanzan el 10% de estos dos modelos mucho más económicos. Asimismo, el Tiburón ha sido considerado el coche más bello de la historia por la revista Classic&Sport por un tribunal formado por los más prestigiosos diseñadores del momento, incluyendo a Giorgetto Giugiaro, Ian Callum, Roy Axe, Paul Bracq, y Leonardo Fioravanti.[8]
Lecciones aprendidas
- En una época en la que el “time-to-market” es el mantra repetido ad nausseam como condición indispensable del éxito de un producto, observar el recorrido comercial durante 20 años de un producto desarrollado durante 18 años debe ser motivo de reflexión.
- Hay marcas hábiles en adaptarse, reaccionar, estar a la última. Es una estrategia que garantiza la supervivencia. Pero los grandes productos cambian las reglas del juego y eso no se logra con evoluciones, sino con auténticas revoluciones. El Citroën DS no se parecía en nada a cualquier otra cosa existente en el mercado.
- Lograr que una categoría de producto se transforme es una buena manera de cambiar las reglas del juego. Citroën dejó de concebir el automóvil como un medio de transporte para pensar en un objeto de deseo, en un accesorio personal del comprador. El automóvil no se dirige únicamente al consumidor, sino a su entorno.
Os dejamos finalmente un extenso reportaje sobre este fabuloso producto. Esperamos que lo disfrutéis.